17 sept 2022

Músicos en campaña, la otra derrota

Ni los músicos, actores de televisión, ni menos las figuras de Hollywood suman votos en una campaña política, porque el éxito y la fama no siempre van acompañados de credibilidad ni mucho menos de una influencia más profunda. Es más, en la mayoría de los casos la relación entre los artistas y el público es temporal y únicamente comercial. Entonces cuando en los hechos los músicos chilenos apenas logran llevar gente a sus conciertos ¿alguien podría suponer que van a influenciar el resultado de una elección popular? 

El año 2004, populares nombres del rock estadounidense como Bruce Springsteen, Pearl Jam, R.E.M y Dave Matthews Band se unieron para una campaña anti Bush "Vota por el cambio" en un tour de conciertos contra el mandatario republicano, votación en la que resultó reelecto el mismísimo George W. Bush. Aunque a pesar de la derrota -y salvo por la decepción de algún fan de Springsteen que lo acusó de “antipatriota”- los famosos detractores del presidente electo salieron fortalecidos (en promoción, credibilidad, prestigio) y continuaron haciendo giras exitosas durante su gobierno. 

Dieciséis años antes en Chile, para el plebiscito del “Sí” o “No” a Pinochet, músicos emblemáticos de la izquierda nacional como Quilapayún, Inti-Illimani e Illapu -que volvían del exilio- y el grupo juvenil Los Prisioneros, entre los más representativos del descontento social de los años 80’s, fueron vitales en el entusiasmo de las más masivas concentraciones convocadas por la opción “No” con un resultado recordado como la derrota electoral a Pinochet y que dio inicio de la Transición a la democracia. Sin embargo, atribuir el triunfo del “No” a su franja televisiva, la música o la participación de artistas sería menoscabar a millones de familias y cientos de organizaciones vecinales, sociales y políticas que tenían razones bastante más profundas para tomar partido y votar contra Pinochet.
 
Pero independientemente de los resultados (o pronósticos en las encuestas) hay ocasiones en que los artistas y figuras de la cultura, están convocados por sus ideales, aspiraciones, historia o moral propia a hacerse parte en actos electorales donde se juegan valores y convicciones (como votar contra la perpetuidad de una dictadura). Eso sin contemplar los intereses o afectos particulares, conveniencias y también los costos negativos que acarrea el tomar partido por una opción política, desde casos extremos como la censura y persecución -tortura, exilio, asesinato- hasta la merma de público en las actuaciones o en la actualidad perder seguidores en las redes sociales. Una opinión política que a veces es bastante explícita desde sus canciones y en otras no.

Entonces a nadie debería sorprender la participación de Ana Tijoux en actos políticos de izquierda (shows pro Bernie Sanders, Daniel Jadue y Gabriel Boric) que la rapera desde sus inicios en Makiza escribe lo que piensa sin filtros, con una audiencia que le cree y comparte sus posturas. En cambio para otras figuras, como el caso de Paloma Mami, tomar partido cuesta más, y cuando lo hacen se nota forzado y se entiende que hasta un simple mensaje por Instagram no fue fácil hacerlo, probablemente porque no es su tema.

Y es cierto que un mensaje superficial por Instagram no debería convencer a nadie pero es probable que deje conforme o sirva de ilusión para los seguidores ya decididos, a esa facción del público más crítico, militante, activista, adoctrinado o naturalmente interesado en actos electorales (“estás con nosotrxs o no estás”). En eso hay músicos que por trayectoria y discurso no pueden quedar ajenos ni neutros porque una parte importante de su público lo espera y se los exige como un gesto mínimo de coherencia. 

Aunque también hay músicos que han hecho -o postulan a tener- una carrera más transversal y para todos los públicos a los que les resulta más difícil emitir una opinión, y principalmente sucede cuando en lo íntimo son más cercanos a ideas conservadoras (pero la omisión también se puede interpretar como otra forma de decirlo).

Mientras que nadie podría dudar del voto de Manuel García, cercano al Partido Comunista, que canta desde un punto de vista político y que ha participado activamente en las últimas elecciones. Pero ¿qué votó el romántico Luis Jara en el plebiscito? si es que acaso a alguien le importara, porque evidentemente los artistas no definen una elección. Aunque podemos sospechar que García seguirá cantando para su público habitual y Luis Jara, también. 

Solo que con la variante de que Manuel García al tomar un partido se ubica en un bando contrario para muchos y eso puede limitar la audiencia de sus canciones, le seduzca la idea o no, y con el disentir de sus seguidores más duros (que en la música también hay muchos ultrones).

Hasta grupos populares como Los Prisioneros, Los Tres o Illapu (agrupación que en los primeros años de la Transición vendió 175 mil copias del disco ‘En estos días’) saben que aunque tienen un domicilio político su música fue o ha sido transversal, y seguro que hasta Silvio Rodríguez es consciente que tiene público ideológicamente opuesto. Porque la música es la base, luego su proveniencia.

Que te gusten las canciones de Los Prisioneros no equivale a admirar a Jorge González ni mucho menos te obliga a estar de acuerdo con lo que opina.

Sin embargo, también durante el ruido de las campañas se sobrestima -con apoyo de los medios de comunicación- un activismo forzado e inocuo de figuras que utilizan algunas causas en boga (colectivos identitarios, agenda feminista y movimientos LGTBI) para darle contenido a su propuesta, que en sí misma carece ¿qué hubiese sido de Mariel Mariel sino se volvía una activista del feminismo para promocionar su música? después de probar estilos constantemente por años sin destacar en ninguno.

Así como también figuras reconocidas que actúan en campañas no necesariamente por principios sino porque además se aseguran fondos concusables y contrataciones con municipios afines y organismos estatales. Algunos casos lo vienen haciendo desde tiempos de la Concertación volviéndose voces más interesadas que interesantes (como Javiera Parra o Denisse Malebrán empantanadas en el recuerdo).
   
 
El caso de activismo más pretencioso e hipócrita es el de Bono de U2, aunque sus conciertos se siguen llenando porque lo que permanece son las canciones. Pero ni con toda su fama, fortuna y peso mediático Bono podría influir en una elección cualquiera, entonces ¿valió la pena la movilización de bandas y actores de televisión recorriendo Chile para llamar a votar Apruebo en el plebiscito?

Por supuesto que los artistas aportan alguna épica y grados de cultura a los mitin (como al ánimo de las 200 mil personas en el acto de cierre en la Alameda) y sus razones tendrán, pero cuidado con engañarse y creer que están generando un cambio en la ciudadanía, no solo con evidencia del resultado y la gran derrota del Apruebo, sino porque están sobredimensionando sus capacidades. 

¿Cuántas de las miles de personas que aclamaron a Claudio Narea en los mitin del Apruebo han pagado o pagarían por escucharlo en un bar? Probablemente, muy pocos.


No eran 500 mil asistentes en el cierre de la Alameda (un número alterado por los interesados, como siempre) ni se trata de medir cuántos seguidores tienen los grupos en Instagram ni el número de reproducciones en Spotify, es que en verdad los artistas no son importantes en una elección. Mon Laferte, la cantante chilena más popular de los últimos años, con más reproducciones y seguidores, llamó a votar Apruebo desde España, como hace unos años lo hizo en favor del candidato presidencial Alejandro Guillier que también perdió.  

Por su parte Denise Rosenthal, una influencer local con 3.6 millones de seguidores en Instagram, ha sido insultada por algunos seguidores que esperaban más compromiso con la campaña del Apruebo, y aunque la joven es rostro de marcas y productos de retail lo de movilizar ideas o votos requeriría de más profundidad que la liviandad propia de las redes sociales. Es muy sencillo dar likes a las fotos sensuales de Denise Rosenthal bailando, pero escuchar su disco o pagar por verla en concierto es otro asunto. 

Y eso cuenta también al impacto real de las fake-news y la conducta de los medios de comunicación masivos que tienen injerencia en la sensación ambiente y la instalación de ciertos relatos a largo plazo, pero nunca serán más decisivos que la experiencia personal, que incluye el gusto y criterio propio.   

Pero ¿por qué son tan consideradas estas activaciones y declaraciones de figuras del espectáculo en política? porque son bulliciosas y sirven de utilería para los partidos, como también mediáticas para la prensa (con periodistas interesados farandulizar las alternativas) y algunos músicos necesitan reforzar su credibilidad con algunas audiencias que por arte y talento no están conectando (
Francisca Valenzuela convertida en ícono del establishment frenteamplista), además que al final el ruido mediático y aparecer en shows masivos de campaña es promoción.
 
Como para una campaña de Falabella en política también hay negociación y estrategia, costos y beneficios, vestidos de principios con más o menos convicción, pero siempre con un interés de fondo, porque cuando hay publicidad y decisiones políticas nada es gratis. 

Distinto es a quién creer o no, a dejar de seguir o darle follow al famoso que declara su voto, pero algo muy diferente llegar a pensar que un ídolo del rock o estrella del pop puede ser relevante a la hora de votar (¿Lennon lo era?).

Aunque hay que mirar con atención a la maquinaria coreana que a través de grupos pop de fantasía está controlando emocionalmente a una generación adolescentes, con tácticas de captación similares a las de iglesias sectarias y un impacto que debería poner en alerta a sus padres, no solo por la manipulación que pueden tener sobre sus hijos, distorsionando su realidad, sino también porque algunos intereses podrían convertir a sus ingenuos seguidores en votos (prueba de esto el trabajo de las cuentas FANDOM y la intervención en campañas políticas).
 
En tanto la derrota del Apruebo tiene cientos de lecturas, análisis y críticas que están siendo procesadas, pero es una etapa de reflexión en la que los artistas que hicieron campaña no deberían quedar ajenos, no por la incapacidad de convencer a nuevos votantes (eso es responsabilidad de los políticos y en parte del periodismo) sino por el rol de pretender ser parte de una causa y salir sin culpa de su resultado. Como aquel cantautor abanderado con la campaña que después de la derrota del 4 de septiembre apareció en Instagram regando su jardín.

Los artistas no tienen responsabilidad en el fracaso electoral del Apruebo, como tampoco en el triunfo de Gabriel Boric hace unos meses donde varios hicieron campaña, sin embargo también son parte del fracaso del 4 de septiembre. Y si el gobierno actual falla no podrán desentenderse.
 
Es probable que en un ambiente más polarizado estos mismos músicos despierten un rechazo en parte de la cuidadanía, principalmente de la que no los sigue, ni escucha o no los conoce (muchos apáticos o indiferentes con la "música chilena"), audiencias que antes de conocer las canciones asocian algunos nombres de artistas con las campañas políticas, convirtiéndose más en un prejuicio que una virtud. Mientras que un público propio más duro puede pasarles la cuenta sino están suficientemente activos, según sus propios parámetros, o ante un nuevo reclamo ciudadano por la situación país estos mismos artistas -que se desplegaron en campañas- se volvieran imparciales o condescendientes.

Entonces difícil lo que se les viene para muchos músicos, aunque la diferencia la harán las buenas canciones ya que por ahora por discurso no están convenciendo a nadie más.