La crisis generada por la pandemia ha dejado al descubierto las deficiencias en el mercado musical chileno. Sin subvenciones, fondos concursables ni contratos para eventos públicos gran parte de las bandas nacionales no se sostienen.
"La gente quiere más música chilena" es un discurso que por años viene proclamando la sociedad de autores (SCD) citando una encuesta propia, aunque el resultado en su estudio podría asemejarse al que por mucho tiempo decía que el público quería más cultura en televisión pero esos programas especiales en pantalla abierta no superaban los 2 puntos de sintonía. Y con la música en vivo sucede mucho de eso, es un medio que moviliza opiniones, auspiciosos titulares en medios como CNN y La Tercera pero donde son muy pocas las bandas y solistas que pueden rentabilizar su actividad en vivo con venta de tickets, es decir con público que pague por su espectáculo.
"Concierto gratuito de ..." anuncia un comunicado de prensa que los medios copian, pegan y publican, y el público confía en que va a asistir a un evento gratís. Sin embargo nada es gratuito, el montaje técnico, la producción, seguridad, traslados, seguros, el % de derechos de autor y los artistas están pagados, cobran por su trabajo y están ahí para convocar. Y la ruta de eventos de este tipo a nivel nacional (junto a otros producidos por marcas privadas) son la parte más importante de los ingresos de la inmensa mayoría de los músicos locales.
Los eventos financiados por Municipios, el Consejo de la Cultura y el gobierno regional tienen un costo, no son gratuitos y en eso la ciudadanía tiene derecho a saber cuánto le ha costado a su alcalde un espectáculo animado por un rostro de televisión, con dos grupos tocando y el concurso de reinas de belleza (eso ha sucedido antes de la pandemia de Arica a Punta Arenas por décadas). Por eso se debe distinguir el tipo de cultura, en este caso de músicos, que un municipio o el gobierno regional de turno elige, porque muchas veces estos contratos tienen que ver con simpatías políticas y no necesariamente por un buen momento artístico ( por ejemplo, los beneficios de Chancho en Piedra, Denisse Malebrán y Carlos Cabezas durante el gobierno pasado). Según un dato interno de la Asociación de Mánagers más de un 70% de los grupos y solistas activos dependen de los fondos o eventos del CNCA.
Y también debido a la pandemia se cancelaron los presupuestos de apoyo para viajes al extranjero (Ventanilla Abierta, Fondo de la Música) porque la lógica es que esas salidas no se podrán realizar, lo que ha generado un debate acerca de hacía dónde debiesen destinarse esos dineros ya asignados en el presupuesto anual. Esto revelará también, pasada la crisis sanitaria, que muchos de los artistas que anuncian giras internacionales en realidad sin estos apoyos no pasan de Antofagasta (los Fondodependientes).
Sin embargo cuando la crisis del covid-19 se haya superado y se pueda volver a la actividad social en eventos masivos será la música el principal punto de encuentro y los artistas chilenos los primeros en actuar mientras se recuperan los protocolos internacionales. Y habrá trabajo permanente con las condiciones laborales de siempre porque seguro que entre las ganas y necesidad de volver a trabajar no se van a discutir cambios en la regularización actual de los servicios independientes ni quienes requieren de sus servicios van a pagar más.
Por supuesto que el Estado tiene una responsabilidad y debería tener un Ministerio de las Culturas al nivel de las circunstancias, pero eso no ocurre en Chile ni en la mayoría de los países, se leen las mismas quejas en Colombia, Costa Rica o España. Y tenemos una ministra chilena que solo conoce y le importan los museos que son instituciones que, abiertos o no, sus trabajadores tienen sueldo garantizado como empleados públicos. Por desgracia el Ministerio y el CNCA (incluídas las Escuelas de Rock) se trata de organismos políticos donde su única satisfacción cultural pasa por subvencionar actos y sacarse la foto con el artista para mostrar "el trabajo cumplido", con mucho dinero del Estado invertido y gastado pero poco criterio sobre el tipo de arte que se promueve y lo que sucede después con sus eventos además de unas horas de entretenimiento. O los paseos internacionales que se organizan en nombre de la música chilena (IMI Chile) como postales de una escena pasajera e irrelevante.
La crisis propone un desafío a la creatividad y -supongo- un punto de reflexión para quienes se han acostumbrado a la fórmula del clientelismo estatal, pero ojalá también para un público más consciente y crítico con los artistas por los que está dispuesto a pagar y con los que se encontrará reiteradamente en eventos con entrada liberada, porque eso será financiado con impuestos de todos y no siempre es casual que se repitan ciertos nombres. Por esto pasa que que algunos artistas que suelen mostrarse muy críticos del modelo a través de las redes no transparentan con sus seguidores los millones que le facturan por año al gobierno de turno, de su trabajo y beneficios con el sistema, como aquella cantante que grabó un disco, hizo una gira en el extranjero y recorrió el país cantando temas de su abuela con un flojo homenaje pagado por el Estado, porque de otra manera no se hubiese movido. Es la cultura sin gracia que no da ni las gracias porque lo vive como una obligación, sin vergüenza del nepotismo y estancamiento artístico que representan.