28 abr 2023

Crisis del Rock Chileno: Ch Bah Put-a la Güeá

El rock chileno atraviesa una de sus peores crisis creativas y está siendo sentenciado a la jubilación. Al menos lo que conocemos como rock nacional son una generación de músicos cincuentones que sólo facturan de la nostalgia mientras que los grupos nuevos no logran salir de su ghetto a falta de originalidad y dirección artística. Un bajón que se arrastra hace tiempo pero que en recientes premiaciones ha tocado fondo. Y la nueva separación de Los Tres, la despedida de Chancho en Piedra o las reuniones de La Ley y Los Bunkers evidencian el arrastre que tiene la memoria, pero también que nadie está ofreciendo algo nuevo y todo es un asunto de catálogos. 

El reguetón y la música urbana es popular porque sus letras son directas y sinceras, algo que el rock en español no tiene desde hace mucho. Y el rock chileno en general en su historia ha sido demasiado etéreo o rebuscado en sus temáticas, con famosas excepciones como los primeros años de Los Prisioneros dotados de canciones espinosas y creíbles, hasta el pueril sentido del humor de los Chancho en Piedra, pasando por la protesta sin pudor de Los Miserables a la simplicidad pop de Los Bunkers. En cambio para la mayoría de los éxitos de Los Tres, Lucybell o La Ley existen varias lecturas porque lo suyo no era precisamente un lenguaje explícito.


Pero desde hace mucho que el rock nacional perdió su gracia, sus principales exponentes envejecieron y se han convertido en grupos del recuerdo (sus más recientes éxitos promedian los veinte años). Mientras que los proyectos que emergieron durante la última década (Ases Falsos, Niños del Cerro, Lanza Internacional, Alectrofobia) nunca han estado a un nivel competitivo, ni de cerca de lo que fueron los años 90's con bandas movidas por la industria del disco.  


Y lo cierto es que nadie espera algo nuevo de Los Jaivas -como el mayor ícono vigente del rock chileno- sólo que mantengan su colosal espectáculo en directo, mientras que los maestros de Congreso siguen grabando discos de alto nivel pero no generan cambios para lo que representan ni supera su convocatoria habitual (la desventaja de nacer en un país donde no se valoran los álbumes físicos). En eso la experiencia y trayectoria de los dos grupos más longevos del rock nacional (seis décadas) son los únicos que podrían representar eso que conocimos o valoramos como Rock Chileno.

En tanto que Los Prisioneros pese a estar disueltos hace mucho continúan vigentes en sus escuchas digitales y reediciones en vinilo (incluyendo sus últimos y más estériles discos) con temas populares que gustan a adultos, jóvenes y a adolescentes en Chile y en otros países.     

También una absoluta excepción y éxito los más de 120 mil tickets vendidos por Los Bunkers para su gira de reunión, aunque es una convocatoria que apeló al recuerdo de sus fanáticos (después de dos proyectos fallidos por separado de sus integrantes). Y es que hace mucho rato que no está pasando nada con el rock chileno o en la música de guitarras (probablemente desde el disco ‘Música libre’ del mismo quinteto penquista), excepto por la retórica en torno a algunos grupos asociados a en las radios FM y para la adolescencia de quienes hoy también somos adultos. Sumado que en el caso de Los Bunkers la curiosidad y expectativas de jóvenes que vieron por primera vez a la banda (como pasó con la reunión de Los Prisioneros en el 2001 y Los Tres en el 2006). Pero una falta de contenido que tampoco se resuelve con sacar discos nuevos por lanzar, porque para bajar el nivel es mejor mantenerse en el pasado. Por ejemplo, Saiko desde que volvió su vocalista original han sacado un par de álbumes desechables y Nicole tiene un último disco bastante inocuo. 


Pero que en una premiación el dúo Plumas se lleve el galardón a “Artista Rock” o que los premios Pulsar nominen a Weichafe y al veterano Carlos Cabezas es que la crisis ha tocado fondo. No hay renovación ni menos algo que vaya a prosperar. Y estaremos de acuerdo que el rock no es sólo un asunto de subir volumen a las guitarras y pegotear distorsiones, ni tampoco un concepto exclusivo de melenas y camisetas negras, ni menos una etiqueta de prestigio a base de lobby y buena prensa. El rock por naturaleza posee algo de autenticidad y fuerza que los mencionados no tienen, y que hasta el trap (guste o no) está llevando de mejor manera. Y por supuesto que en el género urbano hay una mayoría de músicas de fantasía e inventos de estudio y marketing como Princesa Alba (un bluf) pero también algunos muchachos o chicas originales que se deberían tomar en serio, seguro que los hay.  

Sin embargo el rock chileno está “fondarizado” (a base de FONDART) en un estado estereotipado, genérico e inofensivo, con temas producidos a medida de las agregadoras digitales y una promoción basada en discusiones de moda pero con temas que no movilizan nada. Y no es culpa del exceso de reguetón en los medios ni la distorsión que esto crea en la sensación ambiente (en que los clásicos de siempre siguen intactos), la responsabilidad está entre los músicos de rock y pop que se han acomodado en sus patrimonios personales (derechos de autor, contratos para el Consejo de la Cultura, municipalidades y show para fanáticos) que no están dispuestos a invertir ni arriesgar nada, pidiendo un FONDART para grabar un disco, hacer los vinilos y una gira porque no pierden nada, y que a lo máximo que podrían aspirar es a un galvano en una alguna aburrida y poco representativa ceremonia musical de premios donde lo más llamativo es el comediante invitado (literal).


Y es que sí en los últimos años Ases Falsos es la banda joven de mejor convocatoria y crítica es que el nivel está bastante bajo, aunque en todo caso estos no dependen de los FONDART ni se postulan a los premios Pulsar, ahí al menos la actitud rock la tienen. Pero al rock chileno actual le falta rock, ganas, credibilidad y peor aún, algún toque de gracia.