En medio de esa sensación optimista respecto a que se está haciendo mucha música en Chile vale preguntarse ¿Y qué? Porque bandas han existido siempre, incluso en tiempos de censura se formaron e hicieron historia, y de todo lo que pasa actualmente ¿cuántos realmente se reconocen y vamos a recordar? Es ahí donde está faltando la industria -los sellos financiaban un posicionamiento- y las radios, hoy cada vez más segmentadas de donde muy pocas canciones locales logran desprenderse. Y las visitas en Youtube y números en redes sirven de referencia para la mayoría de esos nombres que se leen en prensa escrita pero a los que todavía les falta un himno para potenciar. Si hasta en el festival más "indie" se nota la diferencia entre una canción que sonó en alguna parte y las que no. Y si bien hay varios nombres para destacar en el actual panorama de música chilena -principalmente pop- estos pertenecen a diversas escenas que estéticamente no se unen (un baladista como Mario Guerrero con el folk de Fernando Milagros, por ejemplo). Por eso los grupos noventeros -varios ya desgastados y menos interesantes- siguen siendo la carta segura de festivales regionales y radios ya que durante un periodo importante concentraron la difusión de sencillos, oferta que las bandas formadas en la última década -salvo contadas excepciones- no tienen y que aunque están en Internet, disponen de más y mejores salas para conciertos y participan de masivos festivales de música rock aún no estalla un gran nuevo nombre que pueda aspirar a la transversalidad, como sucedió en los últimos años desde las radios con Los Bunkers en el rock pop, Natalino y Los Vásquez en la balada, Chico Trujillo, La Noche y Américo en la nueva cumbia o Francisca Valenzuela en el pop. No es cuestión de calidad ni oportunidades pero si la falta de un mercado que permita un desarrollo y llevar a la práctica todo eso que se escribe. Porque por ahora de gran parte de esta nueva música chilena se lee más de lo que se escucha.